EL CONCEPTO DEL HOMBRE EN EL JUDAISMO
¿Qué es el hombre?
¿Qué es el ser humano?
¿Por qué lo recuerdas y te preocupas por él?
Pues lo hiciste casi como un dios, lo rodeaste de honor y dignidad, le diste autoridad sobre Tus obras, lo pusiste por encima de todo". (Salmo 8. 4-6.)
"Bienaventurado es el hombre que fue creado a imagen divina". (Talmud).
La corona de la creación, el Hombre, es el ser que más se asemeja a Dios. Ha sido dotado de inteligencia, y tiene libre albedrío para elegir entre el bien y el mal. Su destino depende de su elección. Sin estar restringido por el pecado original o por la predestinación, tiene tres atributos principales. El uno depende del otro: la razón, que no es concebible sin la libertad, la libertad, cuya base es la responsabilidad. Según la Tora, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. No en su forma externa sino en la posibilidadde imitar los atributos de Dios, y en esto consiste su tarea en la Tierra: mejorar permanentemente sus calidades espirituales e intelectuales para asemejarse cada vez más a Dios y así ser Su colaborador en la permanente renovación de la creación.
Dios creó a un solo hombre y de él han descendido todos los seres humanos, lo que nos enseña que todos somos iguales y debemos ser hermanos. Nadie tiene el derecho a oprimir al otro. Todos tienen igual derecho de ser libres, tienen el derecho a ser respetados como persona y en su dignidad y, por ende, tienen la obligación de respetar a los demás.
El hombre es administrador de la naturaleza por mandato de Dios. Puede gozar de sus bienes y no está obligado a privarse de las bellezas y goces de la vida, siempre y cuando los compense con su trabajo y acepte que también los demás, sus iguales, pueden disfrutar de los mismos beneficios.
La vida del hombre es sagrada y nadie tiene derecho de despreciarla o de eliminar la suya o la de otra persona. Cada uno es responsable por todos los demás hombres del mundo.
Una criatura tan ricamente dotada como el hombre, no puede ser destruida del todo por la muerte, y su cuerpo regresa a la tierra de donde había sido sacado, y su alma es inmortal.
Los maestros judíos de todas las épocas (rabinos, filósofos, exégetas), sostuvieron que la imagen divina que existe en el hombre es su espíritu, su alma, la fuente de su poder para razonar y obtener sabiduría, inspirado por el Supremo Creador. El hombre, reducido a su mera materialidad, no habría podido formar idea de lo abstracto, habría estado restringido siempre a una percepción sensorial. El poder de abstracción es la más poderosa prueba de la existencia de algo trascendental en el hombre, de su imagen y semejanza de Dios, y a partir de esta premisa llegamos necesariamente a la comprensión de la idea del libre albedrío del hombre, lo que lo hace distinto de los animales.
Maimónides escribe que el libre albedrío le fue dado por Dios a todos los seres humanos. Si el hombre quiere inclinarse por el camino recto y ser justo, o si quiere inclinarse por la senda mala y ser malo, es su decisión. Sin embargo, debe saber que él mismo es responsable de su elección, pues es el único entre todas las criaturas, que sabe lo que es bueno y lo que es malo. Nadie lo obliga a seguir lo bueno, y nadie le impide preferir lo malo. El hombre es soberano de sus actos. La omnisciencia de Dios no priva al hombre de su libre albedrío. La idea de la predestinación divina no es parte de los conceptos filosóficos del judaísmo.
«No te asombres, pues, tú, hombre,» - dice Heschel, el gran filósofo contemporáneo - «si tu Creador ha concertado contigo un Pacto, si te ha sobredotado a través de leyes y preceptos, pues a través de Su espíritu, alienta tu vida y la hace valiosa. El te la ha insuflado; de Su propio poder te ha dado poder y dominio sobre Su mundo, y te ha hecho Su colaborador, a cambio de tu responsabilidad en la conservación, subsistencia y desarrollo del Universo. Te ha creado libre, y con la libertad de hacer el bien o el mal. Tú, hombre, si logras encontrar tu camino, puedes elevarte hacia la santidad, la pureza; y, si quisieras ennoblecer tu espíritu, podrías llegar casi hasta las mismas cumbres de la santidad divina. Este es el principio básico de la concepción de la Tora (los Cinco Libros de Moisés), de los profetas y maestros sobre la posición y lugar del hombre en el mundo terrenal».
Los maestros judíos de todas las épocas, han estado llenos de admiración y asombro ante el misterio de la existencia del hombre y ante los maravillosos mecanismos de su vida física y espiritual. Al observar e investigar su vida diaria, llegaron a una conclusión única: por ser el hombre la cima de la creación, creado a imagen y semejanza de Dios, se debe acercar a cada hombre con amor, justicia y respeto, evitar causarle cualquier daño, por eso enseñan los maestros del Talmud: «Aquel que salva a un hombre, es como si hubiera salvado el universo entero».
Si alguien se profundiza aun más en el concepto del hombre según el judaísmo, se acerca a un grupo amplio de los «mitzvot - preceptos», que ordenan y reglamentan la relación entre el hombre y su prójimo, a partir de la ética religiosa judía. Es entonces cuando el judaísmo ofrece y exige un extraordinario y bello concepto, el así llamado «ahavat haberiyot - amor a los seres humanos», la relación «yo y tú» y no «yo y él». Este tipo de amor es un concepto judío original, que no tenía igual en ningún otro pueblo, religión o idioma.
El amor al hombre significa un sentimiento humano fuerte y profundo, una relación anímica especial entre el que ama con el que es amado.
Este sentimiento no puede ser captado racionalmente, ni definido; Sólo puede ser probado en su existencia y en su realidad, al ser puesto a prueba ante el desafío de la necesidad del sacrificio, incluso del autosacrificio por el prójimo. El jasidismo, un movimiento espiritual y popular del siglo XVII - XVIII, dio un nuevo y poderoso impulso al cumplimiento del precepto del ahavat haberiyot. Lo convirtió en piedra fundamental de su concepción acerca de la humanidad, cuyo contenido era regido por el principio, que no hay hombre completamente malo. En todo hombre hay una chispa de la Divinidad, y que todo depende de que se encuentre a aquél congénere que sepa comprenderlo y convertir esta chispa en una verdadera llama. Según este concepto, el amor al hombre no es simplemente la represión temporal del odio en el corazón, sino la extirpación total del odio. Hay que fortalecer, por lo tanto, el amor al prójimo y la disposición a sacrificarse por él.
Los maestros discuten si este precepto incluye también a los malvados, o se debe restringirlo sólo a aquellos que son buenos. Prevaleció la opinión de que la ley que obliga «amarás a tu prójimo como a ti mismo», no hace ni diferencias ni excepciones y el principio fundamental del judaísmo es que todo hombre fue creado a imagen divina, sin distinción. De ahí que todo hombre merece el mismo trato y respeto. Es obligación dirigirse a todo ser humano con justicia, amor y paciencia, comprensión y tolerancia; ésta es la senda hacia la perfección del mundo.
Según el concepto talmúdico, el amor incluye al prójimo, aún cuando éste sea un pecador. Esta es la opinión también de los jasidim, que dicen: Si pudiéramos amar al más justo, en la forma como Dios ama al más malvado, contribuiríamos al mejoramiento del mundo. De acuerdo a los jasidim, el amor al hombre no puede restringirse a los buenos y rectos y excluir al pecador. El jasidismoinsiste en un amor universal.
Una de las muchas paradojas de nuestra era moderna pareciera ser, que el hombre ha perdido su identidad. Al mismo tiempo, cuando el hombre moderno está buscando su «ego», para identificarse y relacionar su personalidad con el cosmos y con sus semejantes de una manera significativa, parece que tropieza contra una pared. Hay muchas evidencias de eso en la literatura científica y también en las novelas modernas. El antropólogo, ya fallecido, Ralph Linton, escribió que los hombres «...son, realmente, simios antropoides. Tratando de vivir como hormigas y, como cualquier observador filosófico puede atestiguar, que no lo hacen muy bien». Un perceptivo crítico literario contemporáneo comprobó esta preocupación por la presentación del «pánico y del vacío», con la «desesperanza» del hombre de nuestra época, en la novela moderna.
El problema fundamental es la soledad - no la soledad del hombre que está sin compañero, sino su terror incomparable del autoalejamiento. El hombre se encuentra reducido a sí mismo a «una unidad» de la historia o de la biología - que «responde» a los «estímulos», comunicando, sin prestar atención a lo comunicado». Se da cuenta que está manipulado para la ventaja política o económica de alguien, que tiene poco o nada de control de su destino, que sus sufrimientos carecen de propósito y de dignidad. Se considera cada vez más, como «un montaje de funciones», para utilizar una frase de Gabriel Marcel.
Su situación puede ser atribuida a la naturaleza de nuestro mundo moderno. No se puede pasar por alto el hecho que la civilización tecnológica de nuestra época ha creado condiciones que empequeñecen al individuo y fomentan un sentimiento de impotencia y de sin-importancia, cuyo similar no ha sido experimentado desde la época antigua, cuando un «fracaso de nervios» sumía al mundo y, como necesidad, apareció la religión bíblica en el escenario del mundo, con su mensaje de esperanza y redención para toda la humanidad.
Entonces, la situación actual presenta un llamado serio a los dirigentes espirituales de nuestra época. El líder no puede olvidar que él representa una tradición que ha mantenido, durante siglos, la dignidad del individuo, la santidad de todo ser humano como hijo de Dios, y cuyas enseñanzas han sido expresadas muchas veces en un idioma difícil de entender para el hombre contemporáneo, y que debía ser traducido a un programa de acción en la vida cotidiana de todos. Dentro de este marco de referencia se ofrecen unas breves observaciones sobre la naturaleza del hombre y cómo está considerado en las fuentes judías.
La pregunta «¿Qué es el hombre?» es uno de los temas más intrigantes de las especulaciones teológicas, filosóficas y sociológicas desde hace 2.500 años o más. La respuesta que damos a esta pregunta, determina nuestra actitud hacia nosotros mismos, hacia nuestros semejantes, hacia la sociedad, e influye nuestro criterio con respecto a la democracia, a la convivencia nacional e internacional, y, por último, demuestra nuestra esperanza o desesperanza en el futuro físico y ético de nuestra civilización.
Dos conceptos están en juego. El primero: el hombre es un animal, un bruto insensible, una bestia de carne, de huesos y de fibras, una combinación de átomos y de moléculas, un robot, una esponja que absorbe sólo aquello, que lo rodea; que no tiene capacidad de crear sino sólo de imitar, y devuelve lo que ya había absorbido. Según el segundo concepto, es un ser espiritual, dotado por una potencialidad sagrada, capaz de elegir entre el bien y el mal, y aceptar la responsabilidad por su elección, hijo no carnal de Dios, creado a Su imagen, y como tal, con un enorme poder creador.
Si fuera aceptada la primera opinión, significaría que el hombre es controlado por su medio ambiente físico y social. Su desarrollo o progreso dependería de aquellos que lo rodean, de la sociedad, la que dispone de él y define, qué es lo que tiene que hacer, incluso matar a los «enemigos» de cierto tipo de sociedad; se le indica qué es bueno, qué es correcto, qué es justo. No necesita tomar decisiones, debe estar convencido de que si la sociedad o sus autoridades tornan las decisiones, dictan normas de conducta, son las únicas adecuadas. Recibe instrucciones: cómo tiene que vestirse, qué tipo de pasta dental tiene que usar, que tipo de auto tiene que comprar, con qué tipo de mujer tendrá que casarse, cuál debe ser su opinión con respecto a la moral, etc., y toda esta orientación viene por los medios de comunicación masiva, dirigida y mantenida por la «sociedad». Este hombre no tiene propósitos u objetivos personales, ni control sobre su propio destino y tampoco tiene juicio moral. Es un animal socializado.
Si el hombre está creado a la imagen y semejanza de Dios, o como el Salmista dice: «es un poco menor que los ángeles», significa que está dotado de fe y esperanza, del deseo de la perfección, de sensibilidad por lo bello y lo ético. Es parte creadora de la naturaleza, es parte activa del propósito divino. Es un ser participativo con libre albedrío; es un ser moral, capaz de mejorarse, de establecer una relación espiritual con Dios y con sus semejantes. Puede estudiar, aprender y discernir, es limitado en su existencia física pero ilimitado en lo espiritual; mortal en su cuerpo, pero inmortal en su alma; creado a la semejanza espiritual de Dios con un enorme potencial de ser justo y correcto, es capaz de brindar y recibir amor.
Lamentablemente, muchos de los pensadores de nuestra época, quizás los más populares, se inclinan hacia el primer criterio. Jean Paul Sartre dice que «el hombre es el idiota inconmensurable del universo». Según Bertrand Russel, «el hombre, con su capacidad de discernir entre el bien y el mal, no es más que un átomo inútil». Mencken escribe que «el hombre es una mosca enferma, que viaja haciendo gran ruido en un volante gigantesco».
Si el hombre es el idiota inconmensurable del universo, se le puede dejar retorcido en su camisa de fuerza y dejarlo luchar contra su propia miseria. Eso es lo que le corresponde.
Si el hombre, con su capacidad de discernir, no es más que un átomo inútil, un huérfano cósmico en un universo hostil, tambalearía sin libertad de actuar, de amar, de participar en la creación de una sociedad moral. Al fin, para él no existe la ética, ni hay objetivos ni metas. El viento lo lleva, sin sentido del tiempo.
Si el hombre es una mosca enferma, se le puede golpear, aplastar, destrozar como se quiera, pues hay tantas moscas sanas en el universo.
Si el hombre es sólo un instrumento, ¿para qué necesita derechos? El utensilio no necesita libertad. Se puede usarlo mientras sirva, y luego botarlo.
Si el hombre es una cosa, una máquina, un robot condicionado por el medio ambiente, determinado por sus genes, formado por sus impulsos bestiales, o compuesto por elementos químicos, o es sólo el conglomerado de moléculas, ¿por qué rechazamos instintivamente que se pueda eliminarlo con bombas atómicas, o se pueda utilizar su cuerpo para preparar jabón, como lo hicieron en la Alemania nazi?.
Si aceptáramos la opinión de estos pensadores modernos, y diéramos crédito a sus ideas, seríamos, en el mejor de los casos, cínicos, y en el peor, copartícipes del malestar de nuestro mundo.
El concepto del hombre en el judaísmo se basa en la creencia, de que el hombre ha sido creado a la imagen espiritual de Dios.
Según la Biblia, hay tres nociones sobre la existencia humana: la noción de que el hombre fue creado a la imagen espiritual de Dios; la noción de que él no es más que polvo; y la noción que él es el objeto de preocupación divina.
En los primeros capítulos del Génesis hay dos descripciones sobre la creación del hombre. El primero describe al hombre creado a «la imagen y a la semejanza» de Dios. Estos versículos detallan la singularidad del hombre frente a las otras criaturas de Dios.
La segunda narración sobre la creación del hombre no es tan sublime. Nos cuenta que el hombre fue creado «del polvo de la tierra», y su función en el Jardín del Edén era «trabajarlo y guardarlo».
Varios científicos han argumentado, con cierta plausibilidad, que las dos descripciones acerca de la creación del hombre son independientes. Esta teoría podría ser acertada. Sin embargo, no explica cómo tienen lugar ambas descripciones en el mismo libro. La respuesta puede ser la dualidad deliberada del mensaje bíblico con respecto al hombre: de un lado, él está creado realmente a la imagen divina, pero, al mismo tiempo, no debe olvidar que no es más que polvo.
Para entender mejor esta polaridad, se debe aclarar un poco el mismo texto. Se sabe que la religión de Israel no permite representar a Dios en la forma de una imagen. Esta prohibición tiene fuerza no sólo en el Segundo Mandamiento, sino también en muchos versículos del Deuteronomio y en los Escritos de los Profetas. Sin embargo, la Biblia nos dice que el HOMBRE - TODOS LOS SERES HUMANOS - son la imagen de Dios en la tierra. Este concepto no puede ser explicado en los términos del antropomorfismo bíblico.
Tampoco podemos sacar la conclusión de esta observación como si la Biblia no estuviera consciente de la fragilidad del hombre y de su inclinación hacia el pecado. Nadie podrá acusar jamás a la Biblia de este tipo de optimismo extravagante.
Lo que la Biblia quiere decirnos es, que el punto de vista bíblico siempre apoya la noción de que el hombre es la imagen de Dios en la tierra. De esta manera, la reverencia hacia Dios se demuestra en nuestra reverencia también hacia el hombre. Si se lo trata con arrogancia, es un acto de blasfemia hacia Dios, como si lo asaltara físicamente en un acto de violación. Con las palabras de los Proverbios: «Ofende a su Creador quien oprime al pobre, pero lo honra quien le tiene compasión». (Proverbios 14:31.).
Al mismo tiempo, este pasaje indica en forma imperativa, que cada individuo debe tratarse a sí mismo como un símbolo de Dios en el mundo, y ayudar a entender el mandato extraordinario: «Santos seréis, pues Yo tu Dios, soy santo». (Lev.19.2.).
Eso no se refiere únicamente al así llamado espíritu o alma, lo que hará presuponer como una forma de dualismo, que no existe en las Escrituras. Toda persona, en su totalidad, debe ser tratada con sumo respeto. De ahí la enseñanza posterior del rabinismo, según la cual cualquiera que haya derramado sangre humana, se considera como si «disminuyera o destruyera la Presencia de Dios en la Tierra». De ahí la insistencia de los sabios antiguos, que ningún hombre tiene derecho de disponer de su propia vida, pues ésta no le pertenece, sino a Dios. (Maimónides). Esta es la base ética de la prohibición del suicidio.
Sin embargo, al mismo tiempo tenemos que tomar en consideración las palabras de Dios a Adán: «pues de la tierra eres, en tierra te convertirás» (Gen.3:19).
Para que el hombre no olvide su calidad de criatura, está la advertencia desde los principios de su historia. Según los sabios, Dios le dijo así: «El desafío que he puesto delante de ti es infinito, pues fuiste creado a Mi imagen. Para que tú seas realmente humano, tendrás que trabajar y esforzarte durante toda tu vida. En caso opuesto, perderás esta única distinción que tienes. Al mismo tiempo tendrás que reconocer que tus posibilidades tienen sus límites y no puedes desanimarte por tus inevitables fallas y errores».
Tratemos ahora algunas ideas de la filosofía del Rabino Abraham Joshua Heschel con referencia al hombre. Heschel fue el fundador del pensamiento filosófico judío contemporáneo.
El hombre, primeramente, debe ser discernido del reino animal, pese a su condición biológica, para tener un punto de referencia que le permita saber, en qué consiste la especificidad de la condición humana. El hombre tiene que encontrar la razón de su existencia, tiene que darle un sentido a su vida. Mientras encuentra este sentido (siempre en forma personal e individual), no debe olvidar los valores morales, culturales, sentimentales, etc., y que éstos se abren a su conciencia de tal manera que requiere de ésta continuamente un pronunciamento. Esto, Heschel lo llama «lo humano en el hombre, es decir, su condición de ser esencialmente espiritual».
En tal sentido, la espiritualidad no está planteada en oposición o en contraposición a lo material del hombre. El hombre es al mismo tiempo imagen y polvo. Imagen de Dios y polvo como sustancia material. Como imagen el hombre estaría, sintiendo en su ser la presencia de Dios, el punto de referencia para determinar qué sentido dar a su vida. El polvo es la alternativa dada que le permite obrar según su decisión, utilizando la libertad que tiene. Si el hombre opta por la materia, puede ser inferior que los animales, dado que los animales son incapaces de superar las perversidades que el hombre puede cometer.
Pero el hombre tiene la opción del espíritu. Dios le ofrece esta posibilidad, pero no lo obliga a aceptarla. El ofrecimiento se concreta en la aceptación y en el cumplimiento de las obligaciones morales. La decisión viene del hombre. Puede vivir con la libertad que recibió y demostrar su carácter libre, el cual no está limitado por Dios. Dios espera que el hombre piense y actúe de tal manera, que pueda transformarse en Su colaborador en la permanente creación de un mundo mejor. Dios se impone una autolimitación de Su poder absoluto a favor del hombre, para que el plan divino del mundo sea una posición de privilegio y también una posición de riesgo. Dios coloca su destino en manos del hombre. Depende de la decisión y de la conducta del hombre, si quiere o puede ser colaborador de Dios. La acción del hombre es la respuesta, pero el resultado no afecta a Dios. El destinatario es el "prójimo," el otro hombre. De aquí viene que dentro del judaísmo no es primordial la fe, sino la acción, como dice Heschel en otro contexto. Al morir, cada ser humano tiene que dar cuenta de su vida terrenal frente al Juez Eterno, quien no le preguntará, qué creía, sino qué ha hecho en la tierra durante su vida. El hombre tendrá que contar su vida, sus actos en la comunidad, en la cotidianidad, sus relaciones con sus iguales en la sociedad.
Al tomar la acción como criterio de referencia, la fe aparece aquí como una fe activa y activizadora. No es la esperanza en la actuación de Dios, sino la posibilidad infinita del hombre de acercar a Dios al mundo. La ausencia de Dios del mundo no es responsabilidad divina, sino mucho más humana, y así es también la presencia de Dios en el mundo. Cada ser humano puede trabajar para promover la presencia de Dios en la tierra y la realización del Reino de Dios entre los hombres. Mientras que en otras religiones monoteístas, la redención depende sólo de la Gracia de Dios, en el judaísmo se insiste en que ésta depende de los seres humanos; si ellos trabajaran en forma mancomunada por la redención, Dios bendecirá sus esfuerzos.
El mérito de la religión judía - dice Heschel - consiste en haber descubierto el interés que Dios tiene por el hombre. Por eso la Alianza, el Pacto, es válido para siempre y no sólo para el pueblo judío, sino para la humanidad toda. El deber de coincidir con el interés que Dios tiene por el hombre, de modo que en la medida en que la humanidad coincida con los fines divinos, Dios está presente en el mundo. Cuando el hombre usa su libertad en contra de estos intereses, Dios puede estar ausente.
De modo que la vida está concebida como una asociación entre Dios y el hombre, por eso la vida humana puede y debe adquirir un carácter sagrado. Dios y el hombre son partícipes en una lucha sacra por la justicia, por la paz y la moral, lo que es el desarrollo espiritual del hombre, que Dios se reveló a través de una Alianza, cuya manifestación es la Biblia. La Biblia no es el libro de Dios, sino el del hombre. Si él quiere, puede ser colaborador de Dios, y su acción es la respuesta a la llamada, y la historia es la búsqueda mutua entre Dios y el hombre.
Aunque sus fallas desmoralicen al hombre, debe estar seguro y consciente de que es muy importante delante de Dios. El hombre no fue lanzado a la merced de las olas y de los vientos. Al contrario, Dios está comprometido en el éxito del hombre, pues la reputación de Dios - para decirlo así - depende del hombre. Según las palabras de Abraham J. Heschel, «El hombre es hombre, porque una apuesta divina está en su existencia. No es un espectador inocente en el drama cósmico. Hay más parentesco en el hombre con lo divino de lo que se cree. El alma de los hombres son las velas de Dios, que iluminan el camino cósmico, más que las luces producidas por la combustión explosiva de la naturaleza, o por los fuegos artificiales preparados por los hombres. Y, cada llama, es indispensable para Dios. El hombre precisa a Dios y Dios precisa al hombre como Su colaborador en la permanente renovación del mundo».
Dejemos seducirnos por la belleza del lenguaje de Heschel, o supongamos que todo el concepto sea una metáfora. Sin embargo, se apura en agregar que la tradición rabínica, dice muchas veces que el hombre es socio de Dios en el perfeccionamiento del mundo que El creó. Esto ensancha la dimensión de la vida humana, dándole sentido al contenido del Pacto, de la Alianza, uno de los conceptos básicos del judaísmo clásico. Cuando el hombre lucha por la justicia, por la integridad y por la paz, cumple con las condiciones de la Alianza con Dios y hace sentir Su presencia en el mundo. Dios también está comprometido con y por el hombre. De ahí la noción bíblica de la búsqueda de la unión mística entre Dios y el hombre.
Y de ahí también, las muchas expresiones de la preocupación divina por Sus criaturas - por Israel y por toda la humanidad. Como lo dijo Jacques Maritain: «La historia de Israel - y la historia individual de cada ser humano - consiste en el profundo análisis del diálogo entre la eterna personalidad divina y nuestra persona creada; es un asunto de amor entre Dios y el hombre». Heschel también ve eso como un mensaje central de los profetas bíblicos. Dios está íntimamente ligado con la humanidad.
La última confrontación del hombre no es la con el mundo, sino con Dios - «no sólo con Su sabiduría y Su poder, sino también con Su amor y Su cariño. El Pastor Divino es una respuesta siempre presente en las acciones del hombre, por causa de la necesidad que Dios siente por la ética humana. De ahí el valor de todo acto moral, lo que es el valor supremo de toda la existencia humana - quien es el único de todas las criaturas de Dios que tiene la capacidad de responder a Su llamado: «hacer justicia, actuar con amor y obedecer humildemente a Dios.» (Miqueas 6.8.).
Obviamente, no es ésta toda la historia. El hombre realmente ha sido coronado por su Creador «con gloria y honor». Le han sido asignados los poderes más altos de la creación y de la autorrealización. En consecuencia, el hombre, consciente de si mismo como creador potencial, a veces olvida considerar que es, al mismo tiempo, también criatura. Imprudentemente rechaza reconocer que él aunque es «un poco menos que Dios», no es Dios, y su insistencia en jugar el papel de Dios como un ser omnisciente y omnipotente, lo ha llevado hacia la autodestrucción.
Es este el concepto bíblico del pecado - que es un acto de rebeldía contra las limitaciones humanas. Un acto de auto-separación de la humanidad y de todas sus vinculaciones.
Los cuentos bíblicos relacionados con la así llamada «caída del hombre» han sido interpretados varias veces por la tradición judía, y por la cristiana, y son demasiado conocidos para repetirlos. Será más interesante ver la interpretación rabínica de la dinámica del desliz del ser humano en su relación con Dios, y su autodestrucción. Al comentar el versículo tantas veces citado del libro del Deuteronomio (Deut.6.5.): «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas las fuerzas». Los rabinos del Talmud enfocan su atención en la forma gramatical e insólita del término hebreo de «levavja - tu corazón», que aparece así en este versículo, en lugar de la palabra «libeja - corazón», que es el modo de escribir normal de la palabra, cuando la letra «bet - es decir la letra b» figura dos veces. Dicen que ponerla dos veces fue intencional, y significaría que el hombre debe amar a Dios con ambas partes de su corazón, es decir, con su buena inclinación, pero también con la mala. Este concepto, que el corazón humano contiene ambas inclinaciones, se encuentra explícitamente en el Targum (interpretación aramea) del Salmo 103.14. El texto dice así: «Pues El conoce nuestros instintos - está explicado: Pues El conoce nuestro instinto malo lo que causa el pecado...»
La actuación de esta inclinación mala está sintetizada por un exégeta anterior en esta forma: «Ella te hace descender y descarriar, te arruina y te excita por su cólera, te destruye y te saca el alma.» (Baba Batra 16.a.). Un maestro posterior lo identifica con el Satanás y con el Ángel de la Muerte.
Esta inclinación, pues, es parte del hombre y lo acompaña desde la primera infancia hasta el momento de su muerte. Su lugar está en el corazón, como también el de .la buena inclinación, ya que el corazón fue considerado en aquella época como el órgano del razonamiento y de la emoción.
Otro maestro considera que sólo las emociones están radicadas en el corazón, la capacidad de razonar habita en el cerebro. Ambos son órganos vitales del cuerpo humano.
Ni el uno ni el otro debe ser considerado como malo, como causante de la caída del alma pura implantada por el Creador. Más bien, la combinación de ambos, es responsable del comportamiento pecaminoso, del alejamiento del hombre de Dios, de sus congéneros e incluso, de sí mismo.
Es importante este análisis para la explicación judía de la naturaleza del hombre. Se nota la similitud entre la idea de Freud y la enseñanza rabínica: existe «jetzer tov - instinto bueno» - «jetzer hará - instinto malo». Por supuesto, no quiero insinuar que los dos están conceptualmente relacionados. Sin embargo, vale la pena comparar las similitudes: ambos comportamientos tienen su origen en la primera infancia. Ambos son función del hombre íntegro, y no tan sólo «impulsos animales» como los llama Freud. Ambos ofrecen mucha energía síquica para el comportamiento humano; la falla en su control puede causar la desintegración del hombre. Ambos, como lo veremos más adelante, pueden ser canalizados hacia direcciones creativas y deben ser perfeccionados.
Entonces, la tarea del hombre es aprender a servir a Dios con todo su corazón, - con ambas partes, con la mala y con la buena que han sido implantadas en nosotros. ¿Cómo puede ser realizado eso? - preguntan nuestros sabios y contestan: «Por estar involucrados en el estudio de la Ley y en sus exigencias prácticas de justicia y beneficencia». (Avoda Zarah 5b.). Traducido este concepto en una forma práctica, significa que por medio de la sensibilización religiosa y ética, por la autodisciplina y por sentirse responsable por la vida de los demás, por un espíritu de amor genuino por el prójimo. Esta es la vida buena, según la proposición del judaísmo clásico. Sin embargo, los maestros de antaño no ignoraron que hay competencia en el corazón humano. Reconocen que ningún ser humano puede salir completamente victorioso y conocer a fondo y dominar sus instintos y tensiones existentes en él. La plena conquista depende de la gracia divina. De ahí tantas oraciones por la ayuda divina. Pero el individuo no puede marginarse de la batalla, y es necesario que él mismo dé el primer paso en la dirección correcta, como está dicho: «Yo puse delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición.» (Deut. 30.19.).
Enseñan los sabios: «Considerando que el Santo, bendito sea El, colocó delante de nosotros dos caminos, el de la vida y el de la muerte, podemos caminar por aquel que nos guste. Pero no es así y por eso nos dice la Tora más adelante» «Elige la vida, para que tú y tu descendencia puedan vivir.» (Sifre 86a.).
A pesar de todas las dificultades que tenga que afrontar, en el hombre siempre permanecerá «la revelación especial de Dios», escribe Leo Baeck en su obra «La esencia del judaísmo». Dice que «durante su vida, el hombre tiene la capacidad de desarrollar lo divino que ha sido implantado en él. Eso se refiere a todo ser humano, pues aunque haya mucha diferencia entre ellos - rico o pobre, bueno o malo, blanco o negro, judío o gentil - su semejanza con Dios es igual para todos, y esta semejanza los hace 'seres humanos' a todos». Y continúa así: «Lo que es más importante para el ser humano, y que lo hará humano, está dentro de todo hombre. La tarea y el campo de batalla están asignados a todos y la nobleza humana existe en todos. Negarlo para uno significaría, negarlo para todos».
La primera necesidad del hombre, como hombre es, desarrollar un sentido de reverencia hacia su propia vida y su carácter. Tomarlos en serio, pues ésta es la medida de su relación con Dios; delante del hombre hay una tarea inacabable, la que no puede ni concluir ni rechazar. Tiene que aprender a vivir con esta responsabilidad, y juzgarse a sí mismo, no según las normas del vecino sino por las de Dios. Es cierto que muchas veces no puede alcanzar este nivel. Un sentido de culpa y de desesperación seguirán sus pasos. Lo que importa saber es, que siempre puede tomar la decisión y empezar de nuevo. Lo que ya está hecho, muchas veces no puede ser considerado como no-hecho, sin embargo, siempre existe la posibilidad de un recomienzo ético. Este es el sentido de la «teshuvá - arrepentimiento» que, según la tradición judía, es el «retorno» al camino correcto. El arrepentimiento no es sólo un problema de fe o confianza en Dios, ni se puede apoyarse en el como algo natural. Aquí lo importante es la decisión y la actuación del ser humano, que recrea .así la continuidad ética en su relación con Dios. Es una demostración de la integridad de su existencia.
La libertad del hombre de poder elegir el bien, y los hechos realizados en pro de lo bueno son los factores básicos del arrepentimiento. Ambos son esenciales para la satisfacción ética del hombre. ¿Cuáles son los anhelos del hombre para alcanzar la felicidad? Es un mundo ideal, en el cual se puede encontrar su autorrealización y paz interior y exterior; donde su vida alcance un nivel alto de la moral y desarrolle sus facultades. Pero este mundo debe incluir imprescindiblemente también a sus prójimos, pues para una buena vida es imposible el aislamiento, se necesitan los demás.
¿Qué es lo qué está involucrado en el concepto de una buena vida? ¿No es sólo nuestra propia actitud de ayudar y de ser amables con nuestros prójimos, o responder a sus justas exigencias? Tiene la misma importancia la aceptación del llamado para edificar un orden social justo, en el cual el individuo es libre para poder realizar la imagen de Dios que reside en él. ¿Es éste el requisito primordial para la formación de una sociedad en la cual las relaciones humanas se basan en el sentido de brindar y recibir amor y actuar siempre con pureza moral. Pues donde no hay justicia, no puede haber paz; la injusticia engendra únicamente resentimiento y violencia.
La cúspide de la relación del hombre con el hombre es, sin embargo, su habilidad de amarlo como a sí mismo. Este amor no es un mero sentimentalismo, que tolera la debilidad de carácter y aún cierta maldad. Tal emoción tan sólo confunde el discernimiento y muchas veces demuestra más interés hacia el malhechor, que hacia su víctima. Este amor tampoco debe ser una forma de compasión hacia la humanidad sufriente, la cual está sumida sin esperanza en la red de la melancolía del Karma y así, está predestinada a la ansiedad y a la frustración.
Más bien es el resultado del reconocimiento, que el prójimo tiene un alma parecida a la mía, y también, al igual que yo, está buscando un sendero de reconciliación por intermedio del arrepentimiento. Como nosotros, él también, muchas veces, yerra el camino y debe ser reconducido a la senda correcta.
También necesita entablar una comunión de afecto y de diálogo con su congénero, para que su vida adquiera significado y valor. Además, como nosotros mismos, él también debe ayudar en la construcción del Reino de Dios, si quiere realizar en sí mismo la imagen de Dios.
Son éstas algunas observaciones acerca del concepto clásico judío sobre la naturaleza del hombre, traduciéndolas a un idioma moderno, y ofrecen un acercamiento al problema del hombre solitario de nuestra época. Se afirma que la vida de uno está entrelazada con la del prójimo. Que ni él ni su prójimo pueden encontrar una paz duradera únicamente al satisfacer su naturaleza animal. Se recuerda que el bienestar de la persona depende del cumplimiento de lo profetice: «El Señor ya te ha dicho, oh hombre, en qué consiste lo bueno y qué es lo que El espera de ti; que hagas justicia, practiques el amor y obedezcas humildemente a tu Dios» (Miqueas 6.8.).
Resumen.
El hombre es la creación de Dios.
El hombre ha sido creado a la imagen espiritual de Dios.
Dios es fuerte y eterno, el hombre es frágil y perecedero.
El judaísmo no divide al hombre en cuerpo, alma y espíritu, es un TODO.
El hombre es intrínsecamente un ser capaz de cumplir su tarea definida por Dios, y es inviolable por los demás.
Cada individuo es inviolable en sus derechos, y debe tener iguales oportunidades de desarrollarse libremente en todo sentido.
Cada persona es única en su género y tiene derecho de mantener su personalidad y ser diferente, vivir y demostrar esta diferencia.
Cada hombre es heredero y poseedor de los derechos otorgados por Dios para vivir en justicia y libertad, derecho de trabajar y vivir bien del resultado de su trabajo honesto.
Cada hombre es portador potencial de la bondad y del espíritu humanista.
Cada hombre es capaz de escoger entre el bien y el mal y asumir la responsabilidad por su elección.
Cada hombre tiene la obligación de perfeccionarse y cumplir con su tarea de participar en el perfeccionamiento del mundo y ser colaborador de Dios en el construir de una sociedad mejor, sentir y vivir el optimismo ético.
En la religión judía, el concepto de Dios está ligado a la enseñanza de la creación del hombre y del aprecio del hombre. Según las enseñanzas del judaísmo, el Eterno no creó a un judío, sino a un hombre. De este hombre se originan todos los hombres, todos los pueblos, y así el monoteísmo judío significa también el monoantropismo (monogenismo), es decir, que todos los seres humanos tienen el mismo derecho, todos deben ser hermanos en la justicia y en el amor, que es válido para siempre. El paganismo creó a sus dioses a la imagen del hombre. Sus dioses fueron hombres grandes y fuertes. La religión judía enseña que a Dios no se lo puede imaginar o representar en forma concreta y definida. Sin embargo, el hombre ha sido creado a Su imagen y tiene que tratar de tornarse semejante a El. ¿Es posible que un hombre se transforme en semejante al Eterno? Evidentemente, no; sin embargo, la tarea del hombre es, tratar de aproximarse a El. La vida moral del hombre, su tendencia hacia el bien, y su voluntad de alturas éticas celestiales son el reflejo de la naturaleza divina y ésta es la fuerza que le posibilita el progreso perpetuo para su perfeccionamiento.
El hecho de que el hombre haya sido creado a la imagen del Eterno, nos da una tarea obligatoria, válida eternamente. Es una osadía en su objetivo, pero esta osadía es un orgullo santo, una altivez humilde de nuestra vida, el valor más grande en nuestra existencia. La vida humana es una tarea eterna, una tarea eterna de adaptación al Eterno. Así recibió el hombre el más alto nivel en la creación. Nada hace esperar que tenga una vida fácil en la tierra; por el contrario, lo hace consciente de que debe trabajar con el sudor de su rostro y así puede tener la esperanza en un futuro feliz, para que se prepare a si mismo, para merecerlo. El hombre tiene posibilidades para perfeccionarse y casi ser el lugarteniente terrestre del Eterno, y tiene las posibilidades de ser inferior a los animales. La naturaleza espiritual y moral hace al hombre similar a Dios. Pero nunca debe olvidar que su lugar está en la tierra. Al hablar de la vida humana, el judaísmo nunca distingue entre vida corporal y espiritual, pues el hombre puede elevarse a una altura moral, sólo junto con su cuerpo y con su espíritu. El hombre completo lleva la imagen divina; el hombre debe conseguir su lugar en la creación y por eso, su obligación religiosa es, desarrollar las ciencias, la cultura, las ideas éticas, las virtudes, la moral y también su cuerpo, porque sólo así puede ocupar un lugar importante en el progreso entre los inmutables. Así se creó en el judaísmo el concepto del hombre justo, progresivo y colaborador de Dios.
Cuando David impuso clausuras para entrar en el Santuario, no exigió pureza litúrgica o religiosa; exigió pureza ética y con eso colocó las bases de las enseñanzas proféticas, las virtudes fundamentales: la justicia, el amor y la fidelidad. La enseñanza más importante del judaísmo es que la justicia no puede carecer de amor, y el amor de la justicia. Es preciso practicarlas conjuntamente en las relaciones humanas. El hombre tiene como tarea practicarlas, y así crece su valor como hombre.
Es verdad que según las palabras del Salmista, el hombre es tan sólo polvo si lo compara con el Universo, pero ha sido creado sólo un poco menor que Dios y al practicar la justicia y el amor, puede transformarse en el concesionario de la naturaleza. Debe sentir la responsabilidad, no sólo consigo mismo, sino para con todo el mundo, con todo el Universo.
Esta conciencia de que el hombre fue creado a la imagen del Eterno, esta posibilidad con la cual se aproxima a las calidades del Eterno en la conducta moral, significa la posibilidad de la evolución del hombre para aumentar sus buenas calidades y para aminorar las malas. Este hombre siente, que él puede y debe ayudar al Eterno en la renovación el mundo, para crear un nuevo orden, nuevas formas de vida, en la que todos los seres humanos, y no sólo los judíos, podrán vivir en confraternidad, tranquilidad y en paz.
Cuando la religión judía habla del hombre, sin hacer distinción de su nacimiento, su color, su lengua, su religión, pero sí hace la distinción entre seres humanos buenos y malos, es consecuencia del monoteísmo y se torna en la base de la democracia para los siglos venideros.
Con la enseñanza que el hombre puede ayudar al Eterno en la permanente renovación del mundo, expresa la religión judía su opinión con respecto al problema de la evolución. No existe nada en la tierra que no sea mutable. No existe un solo destino, ni para los hombres ni para las ideas, ni para la naturaleza. Una gran tarea para los seres humanos es, que busquen las posibilidades del cambio, para mejorar de esta manera la vida de la humanidad.
La religión judía enseñó al hombre a amar la vida. Creemos que la vida es un don divino. No creemos que la vida sea un valle de lágrimas. Nos gustaría participar en la realización del Reino de Dios aquí en la Tierra.
Tenemos fe en el hombre, pues él puede acercarse al bien, aprovechando la ayuda de Dios quien le ayuda con Su benevolencia, y lo orienta a buscar, y a encontrar, y si fuera necesario, cambiar el rumbo de su vida a lo que lo conducirá hacia El y hacia sus prójimos. El judaísmo da una respuesta positiva, un Sí a la vida, al mundo terrenal, sin negar que no existe un valor más elevado en la vida, que la virtud.
Se mencionará ahora el tema de la estima del hombre y del trabajo y en este contexto, el Shabat, el día del descanso obligatorio, es decir el hecho de que todos los seres humanos, todos los que trabajan, tienen el derecho de descansar una vez a la semana. Se sabe, que los pueblos de la Antigüedad no estimaban el trabajo y consideraron, que sólo los siervos debían trabajar. El judaísmo enseña que uno de los deberes humanos es el trabajo, porque el mundo, la humanidad, espera nuestro trabajo y tenemos que construir con nuestra labor, con nuestras actividades, un mejor futuro. Vivimos mucho mejor en la sociedad humana, si todos trabajan en pro de la sociedad, aún aquellos que tengan bastantes bienes. Todo trabajo, realizado con dignidad, ennoblece al trabajador.
Es conocido que la religión judía insistió en la necesidad del trabajo. Los mismos rabinos y los maestros también trabajaron y sentían que no sólo el sacrificio, la oración o el estudio, sino también el trabajo, las actividades sociales, sirven a la gloria del Eterno. El trabajo se transformó en bendición, en consuelo, en liberación de las preocupaciones, dando al hombre una finalidad en su vida.
Hubo quienes dijeron que el trabajo es un servicio religioso. El idioma hebreo utiliza la misma expresión «avodá» para el trabajo y al servicio religioso. De aquí surgió el concepto moderno que el trabajo, tanto físico como intelectual, crea el fundamento y la riqueza de un país. Todas las formas de gobiernos consideran que hay que apreciar el trabajo, como el judaísmo lo estimaba ya treinta siglos atrás. En aquellos lugares, donde se valora el trabajo y también el trabajador, es comprensible que consideran necesario un día de descanso en la semana, para el deleite, para estudiar, para renovar la energía y elevar los pensamientos hacia Dios. Al considerar cuántos siglos tuvieron que pasar en lucha perpetua entre trabajador y empresario, para que los trabajadores alcanzaran el derecho de tener un día de descanso semanal y todavía hay quienes no pueden obtener este descanso, se puede valorar la contribución de la Escritura Sagrada al desarrollo de la humanidad al declarar, que el descanso del Shabat es válido para todos.
El propósito del Shabat no ha sido sólo recomponer las fuerzas físicas, sino también refrescar el alma. Así que fuera de su importancia social, al Shabat ha servido también para el desarrollo de la cultura, porque si el hombre no tiene un día para el descanso, tampoco puede preocuparse por la cultura y el desarrollo personal.
Lo que esencialmente caracteriza el concepto del hombre en el judaísmo a la luz del enfoque humanista, es su búsqueda de Dios, pero esta búsqueda no se cumple sólo como movimiento introspectivo, es decir, buscar a Dios en si mismo. Es mucho más importante, intentar y encontrarlo en el prójimo, en los demás seres humanos, y establecer relaciones con ellos. De acuerdo a esa orientación, el hombre está aliado con el mundo. No para transformarlo, contra la voluntad de Dios, sino entendiendo esta transformación como meta última de la vida, a fin de ser cada vez más «hombre» mediante esta transformación, a fin de poder ayudar al prójimo.
La interpretación humanista del judaísmo trae consigo y entiende, que la exageración forzada de la bondad de la naturaleza humana, a costa de la separación de la sociedad y vivir solo, lleva necesariamente al mal. La esencia del hombre se ve falseada, cuando se excluyen los componentes negativos. Aún las más grandes personalidades del Antiguo Testamento no fueron libres de calidades negativas.
La misma Biblia recuerda al hombre sus limitaciones y que sólo mediante ese reconocimiento podrá emprender con autenticidad la búsqueda de Dios y podrá participar del bien.
Ya en la época de la Biblia se hizo evidente, que al vivir en una sociedad determinada, el individuo se amolda a las normas establecidas de aquel grupo humano, a fin de posibilitar la convivencia. El concepto humanista de la Biblia trae consigo no proponer la destrucción de esta sociedad, tampoco la abolición de la conciencia social, pero sí exige que la persona, que cree en Dios, y como tal, conoce sus posibilidades, trascienda del terreno societario convencional. Para el humanismo bíblico, el hombre es un sistema abierto y sólo como tal, puede aproximarse a Dios.
Cuando el hombre se aleja de Dios, cae en la idolatría. Se debe subrayar, dando énfasis al problema, que los objetos de la idolatría no son siempre los dioses, sino también normas culturales vigentes, como la fama, el poder, el dinero, el Estado, etc.
Por su misma naturaleza la idolatría exige sumisión, la búsqueda de Dios exige independencia. Para ello resulta imprescindible, no caer en idolatría, con respecto a Dios: actitud que consiste en convertir a Dios en un SER con el cual se relaciona mediante la sumisión. La humildad exigida por el profeta Miqueas no es sumisión. Obedecer a Dios es obedecer como un ser libre, es una actitud que expresa la decisión de negar y rechazar la sumisión del hombre al hombre.
Una cuestión íntimamente vinculada a la del bien y del mal es del pecado. Se puede evitar el pecado, se necesita autocontrol y fuerza para vencerse a sí mismo. La autopunición desde esta perspectiva es estéril. Recordamos aquí una palabra fundamental del judaísmo tradicional: «teshuvá - retorno». Reconocer el error, rechazar el pecado, repararlo a través de la acción correcta, buscar el camino que lleva de vuelta a Dios, reencontrar la situación justa. En la vida humana, nada es irreparable, mientras no se haya perdido la posibilidad de elección, y no se haya renunciado a la autonomía, lograda mediante el reconocimiento y la trascendencia de las limitaciones.
El judaísmo recomienda reconocer que el hombre, aunque no puede ser Dios, puede ser casi como Dios mediante el pleno desarrollo de su potencialidad creadora para el bien común.
Según el concepto de los maestros, Dios está ayudando al hombre por medio de los recursos de la naturaleza. Además, le proporciona capacidad para desarrollar su cuerpo y sus habilidades; destreza y flexibilidad, capacidad mental, inteligencia; corazón que ama la vida; valentía y aspiraciones.
Ayuda al hombre por intermedio de los demás seres humanos por su capacidad de colaboración, por la convivencia social y los conocimientos alcanzados juntos; por el amor y la comprensión mutuos; por los sistemas políticos y los derechos humanos, que protegen la vida y la libertad; por la ciencia, las artes, las religiones y todos los valores culturales acumulados en el curso de la historia de la humanidad y transmitidos de generación en generación, como patrimonio de todos.
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